lunes, 29 de enero de 2007

ni una flor...


"En un tranquilo camposanto, la ceremonia se inició y concluyó con idéntica precipitación. Observé con dificultad a través de la niebla las sombrías figuras de los asistentes. Parecía un sueño: siluetas borrosas y mi vaga sensación, como en una pesadilla, de que yo no debía estar allí. La oración del ministro sonaba amortiguada desde donde yo me encontraba, junto a la cancela. La reducida comitiva, supongo, no reclamaba mucho esfuerzo a su voz.

Se trataba del entierro más triste que había visto.

¿Era cosa del tiempo? No. ¿Los cuatro o cinco hombres asistentes, el mínimo necesario para levantar el féretro de un adulto? Quizá tampoco. La sensación de tristeza derivaba sobre todo de aquella manera brusca y ruda de dar fin a la ceremonia. Ni el entierro del más mísero de los indigentes que yo había presenciado hasta aquel día, ni los sepelios del pobre cementerio judío situado en las proximidades, habían exhibido nunca aquella indiferencia nada cristiana. No hubo ni una flor, ni una lágrima".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, hace mucho que no me paso a saludarte. Aqui en Francia estoy estupendamente. Me quedaria a vivir. He conocido a gente de esa que marca tu historia vital. Solo tengo cosas buenas que contar de esta experiencia que necesitaba vivir. A mi vuelta el sabado te prondre al dia, tengo mucho de contar, jeje, sabes por donde ando..

Saludos